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Cuenta la leyenda que en 1940 un oficial nazi le preguntó a Picasso si había sido él el autor del Guernica. El pintor español le respondió: “No, han sido ustedes.”

Algo similar pasa con V (y por partida doble): En la ficción este "terrorista" es producto de los métodos llevados a cabo por un Estado totalitario y en el plano real es el manifiesto político de Alan Moore contra el gobierno de Margaret Thatcher.

El combustible de V es el deseo de venganza hacia ese Estado que lo mantuvo cautivo y lo convirtió en quien es. Para derrotar a un enemigo tan poderoso necesita dejar de ser un hombre y transformarse en una idea porque, como él mismo asegura, las ideas son a prueba de balas. Su venganza no consiste en un mero ajuste de cuentas sino en elaborar un plan inteligentísimo, un verdadero “efecto dominó” que erradicará al fascismo y ofrecerá a los habitantes de Inglaterra la oportunidad de ser libres. Según este plan, V sólo deberá empujar las primeras piezas sin tener que cargarse toda la acción al hombro como ocurre en la coreografiada adaptación para cine. En la novela gráfica las explosiones son sólo un símbolo, el mensaje va mucho más allá de la pirotecnia y precisamente ahí radica su grandeza.

En los diez capítulos que integran “V for Vendetta”, Moore y David Lloyd nos muestran (con gran oficio visual y narrativo) que es preferible sembrar las ideas a imponerlas, que toda acción conlleva reacción, que el individualismo no es suficiente para lograr un verdadero cambio y que el arte muchas veces funciona como documento histórico.

Y, ya que están, nos regalan un personaje sublime, complejo e inolvidable. Como el Guernica.